JAVIER VELASCO

El retrato fotográfico es, casi con total seguridad, tan antiguo como la propia fotografía, pues no solo enfocando y cuadrando a la perfección al modelo obtenemos una instantánea del individuo.

Es inevitable que en esa búsqueda de “el instante decisivo”, al cual hacía referencia Cartier Bresson, se generen múltiples momentos que congelen para siempre lo que aparentemente es inaprensible, volátil e incluso inexistente. El factor sorpresa, el hallazgo casual, el error no incluido en los cálculos y la propia impronta del entorno, pueden dar grandes sorpresas al fotógrafo sin siquiera habérselo propuesto.

Los retratos, por su naturaleza, suelen buscar apropiarse de la psicología del fotografiado, desvelar alguna faceta oculta a la evidencia de los ojos, pero presente solo ante el objetivo. La magia de la fotografía, en algunos momentos lejanos de su origen, incluso jugó en su contra, pues no eran pocas las tribus indígenas que horrorizadas huían ante una cámara por miedo a perder su alma robada por aquel trasto salido de los infiernos.

Desde la óptica de nuestra contemporaneidad todo esto incluso ha servido para hacer del género del retrato una disciplina compleja que, precisamente, se divierte con lo que tanto aterrorizaba a los incomprendidos indígenas.

No estaban muy lejos de lo que en realidad buscamos detrás de nuestras lentes. Es más, buscamos desesperadamente encontrar ese rasgo que nadie ha sabido ver antes. Demostrar que si existe un súper-poder en la fotografía, ése es el de arrancar el alma al fotografiado y eternizarlo para siempre.

Cuando el retrato confluye de manera natural en un artista, la situación se vuelve compleja y múltiple. El fotógrafo no sólo ve ya la persona, sino que su ojo suma todo el bagaje artístico de ésta al retrato. Es como si una Matriuska pudiese ser fotografiada con una cámara de rayos X y dejase ver sus pequeñas copias una dentro de otra: aunque su única cara es la que nos muestra al exterior, sabemos que hay más.

Al igual que en un sueño, la imaginación puede dejarse volar libremente saltando de una ensoñación a otra, y a otra y a otra….así, hasta el infinito, descubriendo en cada una matices que, como sustratos lentamente depositados, terminaran por configurar una realidad que acabara confundiéndose con la propia obra del retratado.

Ese es el objetivo y el objeto de esta serie de retratos. Adentrarse más allá de la epidermis, y apropiarse vampíricamente de la creación artística del sujeto para vestirle de su propia imaginación.

Edgar Allan Poe, ya nos avisaba en “Un sueño en un sueño” de lo inaprensible (cuando es deseado desde la imaginación de un sueño) de poseer algo que sólo está en nuestra imaginación. Puede ser que por esto naciera la fotografía.

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Es todo un privilegio inaugurar esta serie con el artista multidisciplinar Javier Velasco​ (La Línea, Cádiz, 1963).

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